Presentación Chilean Poetry, Rodrigo Arroyo Jorge Polanco Salinas,
La chascona, 9 de mayo de 2008
En el libro de un poeta amigo se define la escritura melancólica como un ejercicio de la desesperación. Esa actitud se condice con la mirada gris que ha tomado cierta parte de la poesía contemporánea, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial y la crisis de la representación. Una tradición que pone en cuestión el lenguaje y la poesía se ha afianzado, teniendo como dato duro la historia de las sucesivas catástrofes, de la que Chile no queda fuera y su poesía tampoco. A esta escritura de la desesperación pertenece sin duda Chilean Poetry de Rodrigo Arroyo.
Ya desde el título en inglés, emulando el segundo libro de Juan Luis Martínez, el poemario muestra una ironía y mordacidad interesante respecto de la tradición poética chilena. La violencia del inglés con que parte el libro entrega indicios de las metáforas de la violencia, plasmada en las alusiones recurrentes a fusiles y armas que acentúan los textos. La ironía emerge en su primer estrato con el consumo del inglés en nuestro país –patentizando la instauración del modelo norteamericano- como también de las implicancias que supuestamente conlleva la tradición poética chilena, casi como una señal de sarcasmo al borde del cansancio de la literatura, y quizás también del mundo social lumpenizado que configura. Tal como en otros ámbitos de la sociedad chilena actual.
Pero no queda allí.
Rodrigo Arroyo hace eco de una tradición escéptica que se ha configurado en Valparaíso, una mirada desconfiada y opaca acerca del estatuto del poeta. Siguiendo derroteros que atraviesan igualmente a escritores como Rubén Jacob, Ennio Moltedo, Carolina Lorca, Luis Andrés Figueroa, Ismael Gavilán, Ximena Rivera, entre muchos otros hasta el día de hoy, el poeta no puede dejar de establecer una labor que se cuestiona a sí misma, una actitud natural del propio creador a romper con la iconoclasia del autor. Tal vez preexista una filiación en el puerto a la anarquía, que se ha arraigado de manera inconsciente a sus escritores. Vitalmente, varios poetas de Valparaíso han rehuido sistemáticamente la escenificación con el fin de privilegiar la obra. El ejemplo eximio y desesperado en términos de gesto escritural es el de Juan Luis Martínez, quien elabora una poética de la tacha del nombre y del paréntesis, volviéndose reticente –como otros poetas de Valparaíso- al ámbito público. Tal vez exista en ello un dejo melancólico frente al tiempo requerido por la obra, pero a la vez una sanidad escritural que contrasta, a pesar de la cercanía, con el facilismo mediático de Santiago (aunque es necesario recordar que la poesía chilena ha tenido como principales exponentes creadores que provienen de la provincia, salvo unos cuantos nombres que podrían ser contados con los dedos de las manos).
Juan Luis Martínez constituye, en este caso, el referente primordial de la poesía de Rodrigo Arroyo. No sólo en el gesto escéptico antes descrito (trasuntado en la habitual actitud crítica de Rodrigo), sino también en la relación que establece con las artes visuales. Este ámbito es fundamental, aun cuando Rodrigo no introduce como hilo articulador la poesía visual. Afirmado como tabla de naufrago a la palabra persiste en no abandonarla, conjugando sus linderos en la página al punto de eliminar incluso la numeración. Fenómeno interesante de observar si consideramos que este poeta se ha formado en las artes visuales. A pesar de que la plástica constituye uno de sus referentes innegables, no atraviesa la barrera de la palabra introduciendo imágenes iconográficas. Así la poesía de Rodrigo alberga de soslayo un agotamiento y una desconfianza ante el uso irreflexivo de tales procedimientos; aquello se explica, por ejemplo, en el mismo libro a través de versos como los siguientes: “¿cómo dirías tu imagen sin palabras? ¿Cuándo callaremos?”
Ciertamente, la preocupación por la edición cuidada del objeto libro proviene también de las artes visuales y la escritura de Martínez. La portada blanca, sin representación iconográfica, salvo el diseño ad-hoc del logo editorial, induce a pensar que Rodrigo intenta marcar una diferencia respecto a la ilustración de la palabra. Los mismos versos citados más arriba muestran dicha desconfianza. Además la portada que introduce el sello “editorial fuga” contiene una coincidencia graciosa con la poética laberíntica y enclaustrada del libro, que no se les debe haber escapado al poeta ni a los editores cuando diseñaron la figura del laberinto. Por otro lado, introduciéndonos al interior del texto, la sección intermedia de roneo y la tipografía antigua que rememora décadas pasadas, señalan al parecer una alusión material y al mismo tiempo precaria en la que se establece la palabra. Da la impresión que esta sección constituye –como el título de esta parte indica- una clase de enmudecimiento que remite a la dictadura, casi como un homenaje a las generaciones anteriores como también una advertencia de la continuidad política marcada por la derrota del proyecto histórico. De allí se desprende un gesto desesperado y crítico de la época actual, además de la evidencia precaria que se impone a la obra artística cuando se pone en relación con el tiempo.
En esta misma sección, casi al terminar, se encuentra una hoja doblada en cuatro partes que, en su primera pretensión, Rodrigo quería que fuese doblada a mano. No sé si habrá sido hecho así. Lo importante es que esta hoja marcada a mano intentaría de algún modo introducir la firma concreta del autor. En este sentido, existe una relación interesante entre La Nueva Novela y Chilean Poetry, puesto que en este último se pretende que la firma se halle dentro del libro, continuando la reflexión acerca de la inscripción del nombre, pero llevada ahora a la manufactura. Firma y mano aparecen efectivamente vinculadas, concretizando con este gesto la afirmación de Celan de que solo manos verdaderas escriben poemas verdaderos (Téngase en cuenta que Rodrigo es un asiduo lector de Celan, lo pude comprobar personalmente cuando quiso robarme mi edición de las obras completas).
Este vínculo entre Celan, Martínez y Chilean Poetry de Arroyo se muestra desde ya con el epígrafe del comienzo: “Hubo que decir algo, siempre hubo que decir algo/ hubo que decir que hubo un escrito sobre la mente y luego/ hubo que decir”. La reiteración del enmudecimiento merodea la poética de estos escritores, y atraviesa el libro de Rodrigo a partir de la derrota estética, histórica y poética que articula los textos. Para muestra un fragmento:
Esta especie de mutismo no podemos ilustrarlo con una
Tachadura, porque de una u otra forma es un duelo que nos
Corresponde (...) No es solo pensar lo que no hicimos. Por qué
no estuvimos con el realismo socialista, por qué tan rápido
se nos cayó el puño (...)
El silencio nos golpea el rostro. Tantas son las metáforas (...)
La ciudad inundada de signos, estética de tiempos difusos,
de tiempos en silencio (...)
Asimismo, saber huir a tiempo es propio de una especie de
mutismo que traemos adherido;
como esconderse, y mover los hilos que las luces trazan
sobre las palabras. No decir, encallar.
En esta encrucijada de la historia, que parece más bien un callejón sin salida, el libro propina la sensación de un agotamiento, una devastación que afecta igualmente al lenguaje. De ahí que los poemas parezcan inconclusos, marcados por una continuidad disgregada que insiste en el desborde de sí mismos, dejando a menudo al final un verso, un fragmento o una palabra solitaria. Porque pareciera que con esta estructura el poeta no desea establecer una conclusión o una síntesis, sino un puñetazo que abre la interrogación frente a la imposibilidad de salir de la encrucijada. Aquí creo leer en el laberinto de Chilean Poetry, no un rasgo metafísico del sentido del hombre al modo de la mitología griega o los cuentos de Borges, por citar dos casos ejemplares, sino un laberinto creado por la historia efectiva de Chile y su poesía. Cito: “la lluvia es solo eso un cuerpo perecible que no encuentra solución en la poesía chilena”; “algún día prohibirán acordarse de babel/ será negado que la muerte se hizo estética / durante un tiempo, un país”.
Quizás por ello se reiteren metáforas de la violencia, imágenes de guerra, fusiles y pertrechos militares. Pues persiste en el libro la sensación de un toque de queda, un efecto similar al que ocurre en La ciudad de Gonzalo Millán, pero acentuado por la derrota decantada después de la asfixia dictatorial. Tal vez una especie de desazón postraumática. Las reiteraciones a las que recurre el libro provocan este clima de embotamiento, lograda por medio de las imágenes a las que regresa y que al final, en la sección de las correcciones de los poemas, son recreadas como una coda que prolonga la devastación. A partir de dichas reiteraciones vuelven continuamente palabras como “fusil”, “silencio”, “bombas”, “laberinto”, “balas”, entre otras, que crean una desesperación proporcionada por la historia. Esta angustia epocal, en la que pareciera no haber salida, genera las sucesivas y extrañas imágenes poéticas de Rodrigo, configurando una poética gris y desesperanzada que no se vanagloria ni contenta con la actualidad de nuestro país. Quizás por ello no puede dejar de resonar en Chilean Poetry una cierta desazón similar a la que se ven sometidas las nuevas generaciones al final de El rey Lear, cuando Edgar –el nuevo soberano- cierra su parlamento afirmando de manera angustiosa: “debemos inclinarnos ante el peso / de estos tiempos sombríos. Decir lo que sentimos / no lo que se supone que debemos decir. / quienes sufrieron más fueron los viejos / nosotros que somos jóvenes / no viviremos ni veremos tanto”.