lunes, 27 de octubre de 2008

Chilean Poetry / por David Villagrán / en www,lacallepassy061.blogspot.com

Chilean Poetry, la primera publicación deRodrigo Arroyo (Curicó, 1981), ha sido presentada en dos instancias en el curso del presente año –Valparaíso y Santiago- obteniendo buena atención de parte de la comunidad lectora. Sus mejores críticas destacan dos cosas que será útil considerar: se trata de una obra por la cual ronda una obsesión política que enfrenta el ejercicio poético con instancias preponderantemente históricas como la dictadura y el contexto más actual de la democracia; por otra parte, en Chilean Poetry, dicho ejercicio muestra su base a partir de la revisión de poéticas anteriores –Lihn, Martínez, Millán, Cárdenas, Tellier- frente a las cuales despliega constantemente la pregunta por la continuidad de la palabra poética en directa relación con el problema actual de las representaciones y su recepción. Arroyo, haciendo uso de su bagaje en las artes visuales, enuncia dicha pregunta y aventura asimismo una respuesta situando su escritura en una escena cuidadosamente configurada.

En Into the labyrinth, el primer apartado del libro, nos encontramos con el espacio que cerca y define la inscripción. La neutralidad de los muros del laberinto son la abstracción del territorio y su contexto, una simulación de la realidad que la escritura propuesta se esmera en transparentar. De esta manera, las palabras van trazando el camino, llevando consigo el extravío del decir sobre los alcances de la poética que se quiere desplegar. La dirección contraria la ejerce entonces la dificultad de articular un lenguaje al margen de la ficción, y da cabida a la recesión propia del silencio. Si los versos discurren levemente, son las imágenes las que se encargan de ir estableciendo las direcciones del sentido de lo que el decir susurra, pues los motivos de la obra se van estableciendo en su iconografía.

Este tipo de mutismo, A kind of muteness, el siguiente apartado del libro, aparece transformado por una densidad política que da mayor resonancia al susurro anterior. Decididamente reflexivo y metapoético en el extravío, en esta nueva instancia se abre a la posibilidad de alojar el territorio fuera de la abstracción del mapa: Capas de tierra prensada forjan una historia clandestina/ se sabe del aire, del cielo/ porque tenemos raíces para investigar. Si la escritura se decide por ir en busca de su realidad al margen de la ficción (Hoy en día uso lápices para anclar palabras que buscan desaparecer) dicha palabra está respondiendo en un lenguaje de nuevos signos a la incógnita de no saber qué olvidar. El problema de la inscripción se difumina al comprender la fugacidad de su ejercicio, así, la poesía de Rodrigo Arroyo logra consignar la memoria de una historia también borrada en vías de su fracaso. En torno a esta instancia ronda Still, la tercera parte de Chilean Poetry.

Quietud, permanencia: No es derrota nuestro silencio,/ nuestro fracaso en las derrotas, en las victorias. Algo se sostiene como un fotograma que desea remarcar sus puntos: ‘todavía’. Si Toda tierra es un posible laberinto, y la fábula se convierte en mundo creciendo sus paredes, vuelve la pregunta sobre la continuidad del decir poético, ya no como inscripción o ejercicio personal de una escritura, sino a partir de su circulación y recepción en el ámbito social. Dicha reversión extiende los alcances y sentidos del laberinto resaltando la ambigüedad de su límite: ¿De qué lado cayó el pedazo de muro?

Si la palabra no se puede situar fuera de sí, ni en el silencio, el verso que espera continuidad en el mundo finalmente entra en los libros, los cementerios que tienen una música que no suena, para enfrentar el silenciamiento de la recepción: su espacio, en Chilean Poetry es representado por un cubo, el cubo no nos deja ver lo que en verdad ocurre/ bajo puentes de indiferencia cruzan mares de significado/ incierto. El espacio neutro donde las concreciones del arte pierden su contexto, en aras del sesgo estético que las transforma en mercancías, extiende su analogía a la industria cultural del libro en Chile, como instancia donde la producción poética encuentra su entrada al medio social.

Dicha entrada está mediada por una adecuación de la escritura, su corrección, y Correction, la parte que cierra el libro, de forma irónica intenta ponerla en evidencia sintetizando el libro en tres poemas.

martes, 17 de junio de 2008

Comentarios a Chilean Poetry

Sobre Chilean Poetry, de Rodrigo Arroyo

Carlos Henrickson

La obsesión política recorre como un fantasma la nueva poesía chilena. No es sencillamente que autores de mayor trayectoria –como Bruno Vidal o José Ángel Cuevas- hayan puesto el tema de la dictadura militar y sus restos simbólicos en el Chile de hoy, sino también quizás algo que bien pareciera misterioso: es que a las generaciones cuyas primeras impresiones éticas y estéticas se crearon bajo la violencia (económica, física, comunicacional, ambiental: absoluta) de esas épocas miserables, llegó el debido momento en que corresponde el esperado y necesario trabajo de superar activamente un duelo –del que bien podrían haberse hecho cargo otros si Chile no se hubiera convertido en el abismo de cobardía semifascista que le dejó a los hijos el limpiar la basura de los padres. Acorraladas por una permanentemente reactualizada escena de violencia irracional, con una profunda erosión de la noción de persona en el plano de la escritura y una fuerte desconfianza hacia la literatura en su dimensión de más sencilla comunicación, estas generaciones cargan con un confuso pathos de marginalidad, de cuya constante expresión –a veces excesiva y altisonante, otras casi traumáticamente calculada-, bien se podrían sacar más lecciones que la sencilla mirada de desprecio y el permanente malentendido entre escritores “serios” y los “no serios”.

En algún sentido, David Bustos, en Ejercicios de Enlace, pareció dar la nota más extrema de obsesión política que pudiéramos haber esperado en el último par de años, tras el trabajo de, entre otros, Roberto Contreras (Siberia), Jaime Pinos (Criminal) o Carlos Soto Román (Haikú minero). Sin embargo, probablemente habría que notar especialmente a Chilean Poetry (Ed. Fuga, Valparaíso, 2008), y esto precisamente porque Rodrigo Arroyo (Curicó, 1981) hace un ejercicio en que, aunque incurra en varias demasías –de las que ya hablaremos-, ejerce un gesto poético mucho más delicado. Delicado tanto por la decidida situación de su escritura, así como por la fuerte performática que ésta desea establecer.

La situación de la escritura de Arroyo da, precisamente, una clave central para entender la vertiginosa densidad de Chilean Poetry. El reiterado recurso a la reflexión metapoética y a un refinamiento de sentido que no excluye la ironía, no deja velar el punto de partida de la percepción poética: una constante reescenificación de un momento experiencial complejo y traumático de infancia, que da cuenta de una completa generación. Éste es la condición de la infancia “protegida” y guardada en casa -como el minotauro en su laberinto artificial, técnico-, mientras afuera el enigma de la violencia y la barbarie desuelan el sentido mismo de la realidad. La conciencia ascendente con los años sobre el carácter y determinantes de esa violencia, opera invadiendo la construcción, haciendo que las fronteras entre esos dos mundos –la misma arquitectura de una posible vivienda- terminen siendo amenazadas en su misma existencia. Esta crisis extrema de comprensión del mundo, entonces, se inscribe como trauma, y su mecanismo será análogo al de la ruina del tiempo o la destrucción de la guerra. Arroyo no duda en dar un paso radical, entonces: la escena existencial generacional primaria (la familia que en la parte exterior del laberinto oye los disparos) pasa a verse aplicada a los planos psicológicos, ideológicos y procedimentales del texto, que se asume performáticamente reactualizando la vivencia pasada como trauma, un objeto muerto que deviene más real que la misma existencia, por lo que no cesa de aplicar su acción sobre todo el extenso mundo literario planteado en Chilean Poetry. El sello del laberinto es, así, gravemente marcado como única expresión posible tras el final de la Era del Sentido, en la extrema necesidad de dar cuenta señalada desde ya por Juan Luis Martínez desde el epígrafe.

El riesgoso trabajo sobre demasías, eso sí, no cesa de dejar una fuerte marca en el trabajo de Arroyo. Su importantísimo y difícil logro programático no se logra a través de la sequedad del cronista: se aprecia claramente que su sorprendente trayectoria en las Artes Visuales ha generado hábitos que son insólitos en los escritores puramente centrados en el trabajo literario. Es así como una serie de imágenes recurrentes, que funcionan a través del libro como leitmotifs, genera una suerte de estética decidida en causar una centrifugación del sentido, en que ni siquiera faltan ejercicios del más puro barroco –tópico que también se toca en sentido expreso en el libro, en una suerte de constante autocrítica sobre la posibilidad de una referencialidad válida. El hablante se recoge en la literatura y desde la literatura, como en el trauma del “resguardo” del sentido en medio de la barbarie, y la tensión entre el dar cuenta y la imposibilidad expresa de ello, -entre la tozudez del significar y la angustia del caos- resulta en 119 páginas de una insólita densidad que obligan a considerar como parte del programa de Arroyo la inducción de una molesta impaciencia al lector: un riesgo que cierra naturalmente este libro para los públicos más amplios, asumiendo como desafío el encuentro sin complejos con un lector entrenado en los extremos de la sorpresa estética. Parte de esta exposición al riesgo, se da asimismo en la elección del inglés como el idioma de prácticamente todos los títulos del libro, en un gesto de ironía que es, en mi opinión, de una difícil y excesiva oblicuidad.

Sin embargo, estos excesos son plenamente entendibles desde el instante en que se accede a una de las fortalezas de la poética de Arroyo: su capacidad de poner en conflicto la relación entre el mundo de la creación (asumido reiteradamente como un interior) y el de una posible (imaginada) naturaleza (exterior). Esta tensión –claro reflejo de la escena generacional primordial a la que me refería antes- no dejará de ejercer cierta atracción destructiva a las posibilidades de creación de sentido, haciendo que o bien el abismo interior (marcado por la oscuridad, la sombra: vanitas) o bien el abismo exterior (hostil, sin ley, marcado por los disparos y la ruina: barbarie) –ambas formas de laberintos, ambas plenas de figuras naturales desplazadas, abstraídas y cosificadas- terminará absorbiendo hacia la nada la posibilidad de construcción de obra. En este sentido, un obvio buen funcionamiento de una obra como Chilean Poetry, sería un desafío a sí misma como máquina que sólo a contrapelo puede dar cuenta de la poesía como fracaso. El programa del libro exige asumir el devenir histórico como un error y toda perspectiva histórica como falacia, lo que hace de un programa escritural la negación de sí mismo. ¿haremos una búsqueda estética o sólo de cadáveres?, llega a preguntarse, apuntando certeramente a plantear una duda con respecto a la posibilidad de construcción de estética que, sabiamente, no es resuelta en lo absoluto en el largo conjunto de textos que compone el libro.

Chilean Poetry llega, creo, a convertirse en uno más de los libros axiales en el actual empeño generacional de búsqueda de un nuevo ethos literario. La extrema conciencia generacional de libros como Ejercicios de Enlace, de David Bustos, Siberia, de Roberto Contreras, o Chilean Poetry, no dejan de apuntar a uno de esos misteriosos momentos en que la literatura empieza a dejarse imponer misiones de re-situación histórica, planteando en la débil trama del oficio hechos tan grandes e inefables que no caben en la “conciencia histórica”, cada vez más degradada por los sistemas de distribución y manipulación de la comunicación social. La perspectiva de una futura inquietud sociológica sobre épocas como la nuestra -de intensa mutación cultural y social-, podrá decir cosas que nuestra actual visión literaria contemporánea sencillamente no puede. Lo que nos obliga a leer, ahora, con más atención que nunca, y asumir que el rol de la literatura en los grandes diálogos sobre los problemas humanos está lejos de haberse clausurado.

martes, 13 de mayo de 2008

Comentario Luis Riffo -El Mercurio de Valparaíso- a chilean poetry

Chilean Poetry

Rodrigo Arroyo Castro, Editorial Fuga, Valparaíso, 2008

Por Luis Riffo

No es casual que el epígrafe que abre este poemario sea una cita de Juan Luis Martínez: “Hubo que decir algo, siempre hubo que decir algo, / hubo que decir que hubo un escrito sobre la mente y luego / hubo que decir”. Sobre la posibilidad de las palabras de ejercer la función de decir algo es de lo que se trata este libro del joven poeta Rodrigo Arroyo. Y lo hace acudiendo a uno de los recursos del poeta viñamarino, aquel de crear un espacio de perplejidad entre el título y el texto, como en este caso se produce con las palabras en inglés de la portada y las que encabezan las cuatro secciones que componen el libro, cuya opción idiomática no tiene una correspondencia legible con el cuerpo textual, salvo la reiteración de la expresión “again” en varios de los poemas. Lo que en primera instancia me parecía un recurso irónico que operaba como gesto crítico orientado a poner en tela de juicio el contenido del concepto “poesía chilena”, termina desvaneciéndose ante la ausencia de resonancia en el resto del texto (lo que la academia denomina relaciones intratextuales o isotopías).

El verdadero hilo conductor de este libro es la serie de metáforas sobre la escritura, de los cuales la principal es el laberinto (en la sección “from de labyrinth”), en cuyo espacio figurado el hablante sitúa al sujeto (singular y plural) y a las palabras de las cuales quiere valerse para encontrar una salida al intrincado problema que se formula de diversos modos: “No es posible decir todo lo que se quisiera”, “¿Cómo se recibe una palabra?”, por ejemplo. El laberinto como espacio de confusión, como camino incierto en que los pasos dados (las palabras dichas) no garantizan salvarse del extravío (del silencio). Es frecuente la alusión al caballo de Troya y al legendario héroe Guillermo Tell (que debía apuntar su flecha a la manzana sobre la cabeza de su hijo), en las que parecen cifrarse, respectivamente, las nociones que permiten entender a la palabra como trampa, emboscada, y la necesidad de una precisión en la que se juega la vida. El poeta plantea aquí una tensión entre la simulación que implica la construcción de la realidad mediante el lenguaje y el deseo –acaso inútil– de que las palabras acierten en su función de nombrar el mundo: “Trastabillamos frente a ocasos espectaculares por no saber decir”.

La sección “a kind of muteness” está impresa sobre un papel y con tipografía diferentes. Papel roneo y caracteres de máquina escribir sirven al propósito de recrear la forma de impresión de una época que no se menciona explícitamente, pero se sugiere: la escritura clandestina durante la dictadura. La diferencia no es sólo material. En estos poemas, en esta “especie de silencio”, Arroyo logra una expresividad, un ritmo y una precisión que el resto del volumen parece diluir en sus sobrecargados versos. La contención de las imágenes sirve para que las palabras rebelen más de lo que dicen, sobre todo en relación a la deuda que la poesía chilena y la memoria colectiva tienen con el pasado histórico reciente y con los conflictos actuales:

Hemos callado tantas veces para llegar a este final:

Ciudades desvencijadas, hipertextos, efectos especiales.

Sangre cayendo a raudales por la boca.

Luego de caer aún nos queda cielo,

y un coágulo atravesado en la garganta.

Hay en este libro una búsqueda lúcida en torno a las posibilidades y limitaciones de las palabras. Y lo que ha encontrado es ese intersticio que permite ver a través del lenguaje poético lo que las palabras de todos los días quieren mantener oculto y olvidado.


Este texto ha sido extraído de:

http://www.mercuriovalp.cl/invite2003/site/home/20080508172319.html

domingo, 11 de mayo de 2008

Presentación Chilean Poetry, Santiago

Presentación Chilean Poetry, Rodrigo Arroyo

Jorge Polanco Salinas,

La chascona, 9 de mayo de 2008


En el libro de un poeta amigo se define la escritura melancólica como un ejercicio de la desesperación. Esa actitud se condice con la mirada gris que ha tomado cierta parte de la poesía contemporánea, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial y la crisis de la representación. Una tradición que pone en cuestión el lenguaje y la poesía se ha afianzado, teniendo como dato duro la historia de las sucesivas catástrofes, de la que Chile no queda fuera y su poesía tampoco. A esta escritura de la desesperación pertenece sin duda Chilean Poetry de Rodrigo Arroyo.
Ya desde el título en inglés, emulando el segundo libro de Juan Luis Martínez, el poemario muestra una ironía y mordacidad interesante respecto de la tradición poética chilena. La violencia del inglés con que parte el libro entrega indicios de las metáforas de la violencia, plasmada en las alusiones recurrentes a fusiles y armas que acentúan los textos. La ironía emerge en su primer estrato con el consumo del inglés en nuestro país –patentizando la instauración del modelo norteamericano- como también de las implicancias que supuestamente conlleva la tradición poética chilena, casi como una señal de sarcasmo al borde del cansancio de la literatura, y quizás también del mundo social lumpenizado que configura. Tal como en otros ámbitos de la sociedad chilena actual.
Pero no queda allí.
Rodrigo Arroyo hace eco de una tradición escéptica que se ha configurado en Valparaíso, una mirada desconfiada y opaca acerca del estatuto del poeta. Siguiendo derroteros que atraviesan igualmente a escritores como Rubén Jacob, Ennio Moltedo, Carolina Lorca, Luis Andrés Figueroa, Ismael Gavilán, Ximena Rivera, entre muchos otros hasta el día de hoy[1], el poeta no puede dejar de establecer una labor que se cuestiona a sí misma, una actitud natural del propio creador a romper con la iconoclasia del autor. Tal vez preexista una filiación en el puerto a la anarquía, que se ha arraigado de manera inconsciente a sus escritores. Vitalmente, varios poetas de Valparaíso han rehuido sistemáticamente la escenificación con el fin de privilegiar la obra. El ejemplo eximio y desesperado en términos de gesto escritural es el de Juan Luis Martínez, quien elabora una poética de la tacha del nombre y del paréntesis, volviéndose reticente –como otros poetas de Valparaíso- al ámbito público.
Tal vez exista en ello un dejo melancólico frente al tiempo requerido por la obra, pero a la vez una sanidad escritural que contrasta, a pesar de la cercanía, con el facilismo mediático de Santiago (aunque es necesario recordar que la poesía chilena ha tenido como principales exponentes creadores que provienen de la provincia, salvo unos cuantos nombres que podrían ser contados con los dedos de las manos).
Juan Luis Martínez constituye, en este caso, el referente primordial de la poesía de Rodrigo Arroyo[2]. No sólo en el gesto escéptico antes descrito (trasuntado en la habitual actitud crítica de Rodrigo), sino también en la relación que establece con las artes visuales. Este ámbito es fundamental, aun cuando Rodrigo no introduce como hilo articulador la poesía visual. Afirmado como tabla de naufrago a la palabra persiste en no abandonarla, conjugando sus linderos en la página al punto de eliminar incluso la numeración. Fenómeno interesante de observar si consideramos que este poeta se ha formado en las artes visuales. A pesar de que la plástica constituye uno de sus referentes innegables, no atraviesa la barrera de la palabra introduciendo imágenes iconográficas. Así la poesía de Rodrigo alberga de soslayo un agotamiento y una desconfianza ante el uso irreflexivo de tales procedimientos; aquello se explica, por ejemplo, en el mismo libro a través de versos como los siguientes: “¿cómo dirías tu imagen sin palabras? ¿Cuándo callaremos?”
Ciertamente, la preocupación por la edición cuidada del objeto libro proviene también de las artes visuales y la escritura de Martínez. La portada blanca, sin representación iconográfica, salvo el diseño ad-hoc del logo editorial, induce a pensar que Rodrigo intenta marcar una diferencia respecto a la ilustración de la palabra. Los mismos versos citados más arriba muestran dicha desconfianza. Además la portada que introduce el sello “editorial fuga” contiene una coincidencia graciosa con la poética laberíntica y enclaustrada del libro, que no se les debe haber escapado al poeta ni a los editores cuando diseñaron la figura del laberinto. Por otro lado, introduciéndonos al interior del texto, la sección intermedia de roneo y la tipografía antigua que rememora décadas pasadas, señalan al parecer una alusión material y al mismo tiempo precaria en la que se establece la palabra. Da la impresión que esta sección constituye –como el título de esta parte indica- una clase de enmudecimiento que remite a la dictadura, casi como un homenaje a las generaciones anteriores como también una advertencia de la continuidad política marcada por la derrota del proyecto histórico. De allí se desprende un gesto desesperado y crítico de la época actual, además de la evidencia precaria que se impone a la obra artística cuando se pone en relación con el tiempo.

En esta misma sección, casi al terminar, se encuentra una hoja doblada en cuatro partes que, en su primera pretensión, Rodrigo quería que fuese doblada a mano. No sé si habrá sido hecho así. Lo importante es que esta hoja marcada a mano intentaría de algún modo introducir la firma concreta del autor. En este sentido, existe una relación interesante entre La Nueva Novela y Chilean Poetry, puesto que en este último se pretende que la firma se halle dentro del libro, continuando la reflexión acerca de la inscripción del nombre, pero llevada ahora a la manufactura. Firma y mano aparecen efectivamente vinculadas, concretizando con este gesto la afirmación de Celan de que solo manos verdaderas escriben poemas verdaderos (Téngase en cuenta que Rodrigo es un asiduo lector de Celan, lo pude comprobar personalmente cuando quiso robarme mi edición de las obras completas).
Este vínculo entre Celan, Martínez y Chilean Poetry de Arroyo se muestra desde ya con el epígrafe del comienzo: “Hubo que decir algo, siempre hubo que decir algo/ hubo que decir que hubo un escrito sobre la mente y luego/ hubo que decir”. La reiteración del enmudecimiento merodea la poética de estos escritores, y atraviesa el libro de Rodrigo a partir de la derrota estética, histórica y poética que articula los textos. Para muestra un fragmento:


Esta especie de mutismo no podemos ilustrarlo con una

Tachadura, porque de una u otra forma es un duelo que nos

Corresponde (...) No es solo pensar lo que no hicimos. Por qué

no estuvimos con el realismo socialista, por qué tan rápido

se nos cayó el puño (...)

El silencio nos golpea el rostro. Tantas son las metáforas (...)

La ciudad inundada de signos, estética de tiempos difusos,

de tiempos en silencio (...)

Asimismo, saber huir a tiempo es propio de una especie de

mutismo que traemos adherido;

como esconderse, y mover los hilos que las luces trazan

sobre las palabras. No decir, encallar.


En esta encrucijada de la historia, que parece más bien un callejón sin salida, el libro propina la sensación de un agotamiento, una devastación que afecta igualmente al lenguaje. De ahí que los poemas parezcan inconclusos, marcados por una continuidad disgregada que insiste en el desborde de sí mismos, dejando a menudo al final un verso, un fragmento o una palabra solitaria. Porque pareciera que con esta estructura el poeta no desea establecer una conclusión o una síntesis, sino un puñetazo que abre la interrogación frente a la imposibilidad de salir de la encrucijada. Aquí creo leer en el laberinto de Chilean Poetry, no un rasgo metafísico del sentido del hombre al modo de la mitología griega o los cuentos de Borges, por citar dos casos ejemplares, sino un laberinto creado por la historia efectiva de Chile y su poesía. Cito: “la lluvia es solo eso un cuerpo perecible que no encuentra solución en la poesía chilena”; “algún día prohibirán acordarse de babel/ será negado que la muerte se hizo estética / durante un tiempo, un país”.

Quizás por ello se reiteren metáforas de la violencia, imágenes de guerra, fusiles y pertrechos militares. Pues persiste en el libro la sensación de un toque de queda, un efecto similar al que ocurre en La ciudad de Gonzalo Millán, pero acentuado por la derrota decantada después de la asfixia dictatorial. Tal vez una especie de desazón postraumática. Las reiteraciones a las que recurre el libro provocan este clima de embotamiento, lograda por medio de las imágenes a las que regresa y que al final, en la sección de las correcciones de los poemas, son recreadas como una coda que prolonga la devastación. A partir de dichas reiteraciones vuelven continuamente palabras como “fusil”, “silencio”, “bombas”, “laberinto”, “balas”, entre otras, que crean una desesperación proporcionada por la historia. Esta angustia epocal, en la que pareciera no haber salida, genera las sucesivas y extrañas imágenes poéticas de Rodrigo, configurando una poética gris y desesperanzada que no se vanagloria ni contenta con la actualidad de nuestro país. Quizás por ello no puede dejar de resonar en Chilean Poetry una cierta desazón similar a la que se ven sometidas las nuevas generaciones al final de El rey Lear, cuando Edgar –el nuevo soberano- cierra su parlamento afirmando de manera angustiosa: “debemos inclinarnos ante el peso / de estos tiempos sombríos. Decir lo que sentimos / no lo que se supone que debemos decir. / quienes sufrieron más fueron los viejos / nosotros que somos jóvenes / no viviremos ni veremos tanto”.



[1] Resulta interesante observar cómo en el último periodo la poesía de Valparaíso ha configurado un campo reconocido, a través de varias iniciativas poéticas que se pueden atisbar, por ejemplo, en las sendas antologías elaboradas por investigaciones serias, mostrando la escritura que se está haciendo actualmente. A ello se suma revistas como Antítesis donde publican varios poetas jóvenes, sin remitirse solamente a la edición de sus poemas. En este sentido se cumple lo dicho por Álvaro Bisama respecto a la densidad y la configuración de la escena literaria actual, que en el último periodo se ha afianzado con la publicación de textos sumamente interesantes.

[2] A diferencia de lo que han afirmado algunos críticos de periódico, Juan Luis Martínez no sólo constituye un referente de las nuevas generaciones de Valparaíso, sino también un referente nacional. Creo que las preguntas que caben a partir de su escritura de la clausura, consisten en: ¿cómo escribir en este mundo arrasado por la imagen? ¿Cómo la palabra poética puede seguir diciendo luego del predominio de la sobre-exposición iconográfica?

martes, 6 de mayo de 2008

Presentación Chilean Poetry

4 señas para olvidar la tachadura de la Chilean Poetry

Por Guido Arroyo

Conocí a Rodrigo Arroyo gracias a un ejemplar del primer número de la revista Antítesis. Recuerdo que fue un sábado por la mañana y la resaca me impedía concentrarme en la lectura. Cuando vi su nombre, la carrera que cursaba, la fecha y el lugar de nacimiento, recordé animado a un primo cuyos datos coincidían con los del poeta que ahora presenta públicamente su libro. Luego leí con atención el siguiente poema:

El día que recuerdes mi palabra
volverán de a poco las sirenas,
cavarás un agujero en la cola del piano
y recordarás que el problema era el exceso de maquillaje y de hendiduras
en el rostro.
El problema era que no decían nada de los caídos
del sujeto, del predicado, del dinero.
El día que recuerdes mi palabra recordarás también
que un poema no depende de su economía de palabras,
de su olvido en la repetición o su cercanía con el cuerpo.
Un poema no depende de ser poema
poesía, poética,
comunicado
ruido de sirenas
caminata por el laberinto,
recuerdo
u orden de fusilamiento a medianoche.

Mi desilusión fue muy grande cuando Rodrigo -mi primo sanguíneo- del otro lado de la línea telefónica, aseguró que nunca escribiría un verso que no sirviera para coquetearle a una mujer. Por otra parte, si él hubiese sido el poeta que leía, yo no sería el único anormal de futuro incierto en la familia, estaría un poco más acompañado… pero no, seguir con la anécdota no viene al caso, porque mi desilusión fue grande pues el poema me pareció notable. No se trataba -ni se trata- de utilizar la escritura como mera apelación que sirva como ajuste de cuentas, ni de inscribir una angustia escritural que decanta en metapoesía y que bien podría representar un sentir generacional. La intención parecía ser una poética de aparente atemicidad, que busca limpiar los referentes simbólicos directos que han sido el derrotero de innumerables propuestas estéticas de y desde la chilean poetry,. Intención que ahora, de seguro precariamente, trataré de desmenuzar.

Desde el Laberinto
Un sujeto se esconde porque hay una tierra que quiere olvidar, hay siempre una casa que ya no existe. Desde allí emerge esa tesitura melódica y sinuosa que enuncia los poemas de este libro, y que a ratos pareciera apropiarse de una voz generacional, de un nosotros que en efecto aparece: “No hemos muerto y lo deseamos, retornamos, y no a lo mismo”, dice Rodrigo, haciéndose parte de aquel sentir generacional, pero negando la pretensión Nerudiana de hablar por el otro -porque quizá lo que se quería era callar como una cortada lengua india-. El nosotros tampoco corresponde al de una asentada o delimitada generación poética. Si bien es posible caer en la postura facilista de encasillar a los escritores por correspondencia etaria, no estamos frente al puntapié de la generación del 2000 ni a una reproblematización sobre las generaciones del ochenta o noventa en Chile. Ya existe mucho de eso, mucha tela que cortar quizá sabiendo que los colores elegidos no combinarán en ningún traje.


Fuente: Letras.s5.com. Página chilena al servicio de la cultura

*el texto, en su totalidad, se encuentra en el siguiente link:
http://www.letras.s5.com/ga050508.html